domingo, 4 de abril de 2010

La Era del Imperio Primer año Medio





LA ERA DEL IMPERIO (1875-1914)”
¿Cómo resumir, pues, en unos cuantos rasgos lo que fue la economía mundial durante la era del imperio?
En primer lugar, como hemos visto, su base geográfica era mucho más amplia que antes. El sector industrial y en proceso de industrialización se amplió, en Europa mediante la revolución industrial que conocieron Rusia y otros países como Suecia y los Países Bajos, apenas afectados hasta entonces por ese proceso, y fuera de Europa por los acontecimientos que tenían lugar en Norteamérica y, en cierta medida, en Japón. El mercado internacional de materias primas se amplió extraordinariamente -entre 1880 y 1913 se triplicó el comercio internacional de esos productos-, lo cual implicó también el desarrollo de las zonas dedicadas a su producción y su integración en el mercado mundial. Canadá se unió a los grandes productores de trigo del mundo a partir de 1900, pasando su cosecha de 1891 millones de litros anuales en el decenio de 1890 a los 7272 millones en 1910-1913. (20) Argentina se convirtió en un gran exportador de trigo en la misma época, y cada año, contingentes de trabajadores italianos, apodados golondrinas, cruzaban en ambos sentidos los 16000 kilómetros del Atlántico para recoger la cosecha. La economía de la era del imperio permitía cosas tales como que Bakú y la cuenca del Donetz se integraran en la geografía industrial, que Europa exportara productos y mujeres a ciudades de nueva creación como Johannesburgo y Buenos Aires y que se erigieran teatros de ópera sobre los huesos de indios enterrados en ciudades surgidas al socaire del auge del caucho, 1500 km. río arriba en el Amazonas.
Como ya se ha señalado, la economía mundial era, pues, mucho más plural que antes. El Reino Unido dejó de ser el único país totalmente industrializado y la única economía industrial. Si consideramos en conjunto la producción industrial y minera (incluyendo la industria de la construcción) de las cuatro economías nacionales más importantes, en 1913 los Estados Unidos aportaban el 46% del total de la producción; Alemania, el 23,5%; el Reino Unido, el 19,5%; y Francia, el 11%. (21) Como veremos, la era del imperio se caracterizó por la rivalidad entre los diferentes Estados. Además, las relaciones entre el mundo desarrollado y el sector subdesarrollado eran también muy variadas y complejas que en 1860, cuando la mitad de todas las exportaciones de África, Asia y Latinoamérica convergían en un solo país, Gran Bretaña. En 1900 ese porcentaje había disminuido hasta el 25% y las exportaciones del tercer mundo a otros países de la Europa occidental eran ya más importantes que las que confluían en el Reino Unido (el 31%). (22) La era del imperio había dejado de ser mono céntrica.
Ese pluralismo creciente de la economía mundial quedó enmascarado hasta cierto punto por la dependencia que se mantuvo, e incluso se incrementó, de los servicios financieros, comerciales y navieros con respecto al Reino Unido. Por una parte, la City londinense era, más que nunca, el centro de las transacciones internacionales, de tal forma que sus servicios comerciales y financieros obtenían ingresos suficientes como para compensar el importante déficit en la balanza de artículos de consumo (137 millones de libras frente a 142 millones, en 1906-1910). Por otra parte, la enorme importancia de las inversiones británicas en el extranjero y su marina mercante reforzaban aún más la posición central del país en una economía mundial abocada en Londres y cuya base monetaria era la libra esterlina. En el mercado internacional de capitales, el Reino Unido conservaba un dominio abrumador. En 1914, Francia, Alemania, los Estados Unidos, Bélgica, los Países Bajos, Suiza y los demás países acumulaban, en conjunto, el 56% de las inversiones mundiales en ultramar, mientras que la participación del Reino Unido ascendía al 44%. (23) En 1914, la flota británica de barcos de vapor era un 12% más numerosa que la flota de todos los países europeos juntos.
La tercera característica de la economía mundial es, a primera vista, la más obvia: la revolución tecnológica. Como sabemos, fue en este período cuando se incorporaron a la vida moderna el teléfono y la telegrafía sin hilos, el fonógrafo y el cine, el automóvil y el aeroplano, y cuando se aplicaron a la vida doméstica la ciencia y la alta tecnología mediante artículos tales como la aspiradora (1908) y el único medicamento universal que se ha inventado, la aspirina (1899). Tampoco debemos olvidar la que fue una de las máquinas más extraordinarias inventadas en ese período, cuya contribución a la emancipación humana fue reconocida de forma inmediata: la modesta bicicleta. Pero antes de que saludemos esa serie impresionante de innovaciones como una “segunda revolución industrial”, no olvidemos que esto sólo es así cuando se considera el proceso de forma retrospectiva. Para los contemporáneos, la gran innovación consistió en actualizar la primera revolución industrial mediante una serie de perfeccionamientos en la tecnología del vapor y del hierro por medio del acero y las turbinas. Es cierto que una serie de industrias revolucionarias desde el punto de vista tecnológico, basadas en la electricidad, la química y el motor de combustión, comenzaron a desempeñar un papel estelar, sobre todo en las nuevas economías dinámicas. Después de todo, Ford comenzó a fabricar su modelo T en 1907. Y sin embargo, por contemplar tan sólo lo que ocurrió en Europa, entre 1880 y 1913 se construyeron tantos kilómetros de vías férreas como en el período conocido como “la era del ferrocarril”, 1850-1880. Francia, Alemania, Suiza, Suecia y los Países Bajos duplicaron la extensión de su tendido férreo durante esos años. El último triunfo de la industria británica, el virtual monopolio de la construcción de barcos, que el Reino Unido consolidó entre 1870 y 1913, se consiguió explotando los recursos de la primera revolución industrial. Por el momento, la nueva revolución industrial reforzó, más que sustituyó, a la primera.
Como ya hemos visto, la cuarta característica es una doble transformación en la estructura y modus operandi de la empresa capitalista. Por una parte, se produjo la concentración de capital, el crecimiento en escala que llevó a distinguir entre “empresa” y “gran empresa” (Grossindustrie, Grossbanken, grande industrie…), el retroceso del mercado de libre competencia y todos los demás fenómenos que, hacia 1900, llevaron a los observadores a buscar etiquetas globales que permitieran definir lo que parecía una nueva fase de desarrollo económico (véase el capítulo siguiente). Por otra parte, se llevó a cabo el intento sistemático de racionalizar la producción y la gestión de la empresa, aplicando “métodos científicos” no sólo a la tecnología, sino a la organización y a los cálculos.
La quinta característica es que se produjo una extraordinaria transformación del mercado de los bienes de consumo: un cambio tanto cuantitativo como cualitativo. Con el incremento de la población, de la urbanización y de los ingresos reales, el mercado de masas, limitado hasta entonces a los productos alimenticios y al vestido, es decir, a los productos básicos de subsistencia, comenzó a dominar las industrias productoras de bienes de consumo. A largo plazo, este fenómeno fue más importante que el notable incremento del consumo en las clases ricas y acomodadas, cuyos esquemas de demanda no variaron sensiblemente. Fue el modelo T de Ford y no el Rolls-Royce el que revolucionó la industria del automóvil. Al mismo tiempo, una tecnología revolucionaria y el imperialismo contribuyeron a la aparición de una serie de productos y servicios nuevos para el mercado de masas, desde las cocinas de gas que se multiplicaron en las cocinas de las familias de clase obrera durante este período, hasta la bicicleta, el cine y el modesto plátano, cuyo consumo era prácticamente inexistente antes de 1880. Una de las consecuencias más evidentes fue la creación de medios de comunicación de masas que, por primera vez, merecieron ese calificativo. Un periódico británico alcanzó una venta de un millón de ejemplares por primera vez en 1890, mientras que en Francia eso ocurría hacia 1900.
Todo ello implicó la transformación no sólo de la producción, mediante lo que comenzó a llamarse “producción masiva”, sino también de la distribución, incluyendo la compra a crédito, fundamentalmente por medio de los plazos. Así, comenzó en el Reino Unido en 1884 la venta de té en paquetes de 100 gramos. Esta actividad permitiría hacer una gran fortuna a más de un magnate de los ultramarinos de los barrios obreros, en las grandes ciudades, como sir Thomas Lipton, cuyo yate y cuyo dinero le permitieron conseguir la amistad del monarca Eduardo VII, que se sentía muy atraído por la prodigalidad de los millonarios. Lipton, que no tenía establecimiento alguno en 1870, poseía 500 en 1899. (25)
Esto encajaba perfectamente con la sexta característica de la economía: el importante crecimiento, tanto absoluto como relativo, del sector terciario de la economía, público y privado: el aumento de puestos de trabajo en las oficinas, tiendas y otros servicios.
La última característica de la economía que señalaremos es la convergencia creciente entre la política y la economía, es decir, el papel cada vez más importante del Gobierno y del sector público, o lo que los ideólogos de tendencia liberal, como el abogado A. W. Dicey, consideraban como el amenazador avance del “colectivismo”, a expensas de la tradicional empresa individual o voluntaria. De hecho, era uno de los síntomas del retroceso de la economía de mercado libre competitivo que había sido el ideal -y hasta cierto punto la realidad- del capitalismo de mediados de la centuria. Sea como fuere, a partir de 1875 comenzó a extenderse el escepticismo sobre la eficacia de la economía de mercado autónoma y auto correctora, la famosa “mano oculta” de Adam Smith, sin ayuda de ningún tipo del Estado y de las autoridades públicas. La mano era cada vez más claramente visible.
Por una parte, como veremos, la democratización de la política impulsó a los gobiernos, muchas veces renuentes, a aplicar políticas de reforma y bienestar social, así como a iniciar una acción política para la defensa de los intereses económicos de determinados grupos de votantes, como el proteccionismo y diferentes disposiciones -aunque menos eficaces- contra la concentración económica, caso de Estados Unidos y Alemania. Por otra parte, las rivalidades políticas entre los Estados y la competitividad económica entre grupos nacionales de empresarios convergieron contribuyendo -como veremos- tanto al imperialismo como a la génesis de la primera guerra mundial. Por cierto, también condujeron al desarrollo de industrias como la de armamento, en la que el papel del Gobierno era decisivo.

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